Me toca retroceder hasta Abril del año pasado, donde posiblemente, viví una de las mejores experiencias que como padre podre experimentar. Mi hijo, que por aquel momento contaba con 5 años, me dio varias lecciones de vida y aprendimos juntos a luchar contra el Gluten, cosa que hasta ese momento había sido tarea de nuestra mama y mujer respectivamente.
Cada vez que leo esta crónica, no puedo evitar que mis ojos se inunden en lagrimas de felicidad por ver lo afortunado que soy de tener junto a mi las tres personas mas maravillosas del mundo.
El Camino de Brais
Tras muchos pensamientos y sensaciones encontradas, por fin, mi físico me da un respiro y, de acuerdo con mi media naranja Aida, me embarco en la aventura de hacer el Camino de Santiago con mi hijo Brais de 5 años. Tras unos largos preparativos, siendo el más importante dónde comer, ya que Brais es celiaco, y encontrar oferta de comida sin gluten en los restaurantes es una odisea, conseguimos hilvanar una serie de restaurantes que nos permitirían el intentarlo con ciertas garantías, siempre teniendo a mano nuestros propios suministros. El segundo punto sería descubrir como reaccionaría Brais a la experiencia, aunque tiene una buena condición física nunca había superado las 2h:15 min en la bici, así que era toda una incógnita. El comienzo: Día 18 de Abril por la mañana, mamá nos lleva al punto acordado para la salida. O Alto do Cebreiro, a 167km de Santiago.
Esta primera etapa se convierte en una trampa durísima, tras las indicaciones IMPUESTAS por mamá de "nunca por la carretera siempre por el camino", nos encontramos Brais y yo, tirando de nuestro conjunto de vehículos convertido en un pesado compañero de viaje. El hacer cumbre en el alto de San Roque se convierte en todo un reto, y el alto do Poio, misión imposible por camino. Al llegar a este punto preguntamos por si acaso, si tenían comida sin gluten, a lo que nos responden ¿sin que???. Proseguimos nuestro viaje, con Brais dormido tras sus esfuerzos anteriores, la bajada es trepidante y arriesgada con unos 62kg a mi espalda como remolque, la carretera nacional no es una opción y el camino con todo lo que llevo se complica, así que pregunto a unos lugareños y nos indican una carretera paralela que es una autentica maravilla. Tras aterrizar en Triacastela, Brais se queda en el parque jugando y yo me dirijo a buscar mi comida a la vez que pregunto por la suya, así que yo acabo comiendo un bocata y el parte de sus reservas como ya nos imaginábamos. Eso si, mientras yo buscaba alimentos, él se metió en un albergue, lo recorrió entero, y para terminar se metió en la casa de la hospitalera donde hizo lo mismo, ¡menos mal que era una persona comprensible y no hizo mas que tomárselo a risa! Desde aquí fuimos los dos disfrutando del camino y el día soleado, al llegar a Samos tras una bajada muy vertical, Brais se sorprende al ver el monasterio, la verdad es que impresiona. Decidimos parar a tomar algo, y él se va con un grupo de niños que hacen el camino. Cuando empiezo a buscarlo descubro que no le veo, hasta que pasados un par de
minutos aparece y me dice que subió con los peques a su habitación, a buscar no se qué, ¡casi me da un infarto! Dejamos atrás Samos para dirigirnos a Sarria, dónde tras hablar con un señor sorprendidisimo con nuestro vehículo , nos aconseja un albergue nuevo, La Credencial, poco más de una semana abierto. Trato excepcional por parte de los dueños y se mostraron encantados con Brais por su hazaña de hacer el camino y su carácter extrovertido (a veces demasiado). Tras instalarnos, nos dirigimos en busca de la cena, ya que nuestro sitio escogido para cenar sin gluten cierra los festivos así que toca buscar, con tan buena suerte que, en el primer sitio que pregunto saben de que hablo y tras salir el dueño me explica que sí, que incluso todos sus helados son aptos para celiacos, Brais en modo fiesta. Comenzamos el segundo día abandonando Sarria y esquivando la lluvia, tras unas pequeñas subidas donde ayudo a Brais empujándole, éste decide que ahí se para. Tras empujarle de nuevo, él clava los frenos y se baja, con el consecuente afilador a papá, que acaba con sus huesos por tierra. Mientras para mas humillación del padre, el niño se va partiendo de la risa.
Tras unos pocos kilómetros primer escollo bestial, todo el mundo en bici pone pie en tierra y los caminantes sufren lo suyo. Aquí tuvimos que tomar la decisión de como lo afrontamos, Brais sube andando con su bici y yo intento subir sin bajarme por que los dos sabemos ya que, si yo pongo el pie en tierra nos tocara empujar una barbaridad o separar el vehículo por partes, así que con decisión lo intento y "premio" lo consigo, la verdad que la rueda trasera que me costo un pastón va genial, aunque también ayuda los mas de 12 kilos de las

Te quiero Brais.
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