Casi todos los corredores llevamos un picón dentro más o menos desarrollado. Aunque lo queramos evitar nuestro bien inoculado espíritu competitivo nos lleva a trabar telequinésicas batallas con cualquier persona que nos rodee y en cualquier ámbito de la vida: ya sea entregando el trabajo de final de curso más pulcro, aportando el más sabroso ágape para esa cena entre amigos o probando nuevas, aparatosas y peligrosas posturas con nuestra pareja con tal de que se olvide de una vez por todas de ese fucker que tiene de ex novi@.
Somos incruentos seres competitives, y cuando perdemos una posición entrenando o en una carrera popular nos hundimos con más tragedia y bombo que el Imperio Romano. Y al final el resultado del escozor por una derrota imaginaria momentània puede resumirse en un tratado teórico.