Uno de los mayores temores cuando uno se inicia en la larga distancia o en las primeras carreras es saber si va a ser capaz de completarla con las garantías suficientes para acabar teniendo un recuerdo feliz de ello. Y, especialmente, tener la seguridad de que la decisión de abandonar en una carrera es lo bastante acertada como para no arrepentirse al llegar a casa. Una resolución que, no lo voy a negar, en el fragor de la batalla es muy difícil atreverse a tomar.
Antes que nada, y ante lo taxativo del titular (y que no me gusta parecer que siento cátedra, aunque a veces el texto así lo destile, defecto de forma), dejo constancia de un hecho irrevocable: cada uno puede hacer lo que le salga del pairo. Pero si partimos de la base de que tu objetivo no es abandonar a las primeras de cambio y que solo se debería producir por causas de fuerza mayor podemos probar de hacer un listado de situaciones en las que no deberíamos asaltarnos el cargo de conciencia por rendirnos (no le hagas caso a las sentencias motivacionales, solo venden mallas) y otras que se pueden esquivar con la estrategia adecuada.
Cuándo no debes abandonar
Porque no vayas a cumplir tu objetivo de marca
Puede que a mitad de carrera (e incluso mucho antes) te des cuenta de que estás a un mundo de ese objetivo de crono que te habías marcado como innegociable. Esto puede ser debido a que justamente hoy no has tenido tu día, a que las condiciones externas (meteorología, circunstancias de carrera) han sido adversas o porque habías delineado un plan excesivamente ambicioso para lo que realmente daban tus piernas y el entrenamiento previo. Ok, no vas a hacer marca pero tampoco ese registro iba a revolucionar el mundo del atletismo (estamos hablando, claro, de correr a nivel popular; la élite es otro mundo); ya te confirmo (mis derrotas me avalan) que disfrutar de un maratón olvidándose de mirar el reloj es una de las más gratas experiencias que vas a disfrutar. Por ambiente, por el lujo de saberse capacitado para cubrir una distancia que hace unos años nos parecía inalcanzable, por compartir penas y alegrías con el resto de compañeros que te acompañan en esta aventura. Merece la pena cambiar el chip cuando las cosas no salen como a uno le gustaría. Palabra.
Porque estás sufriendo
Quizá viniste preparado físicamente pero para nada mentalizado de lo que te ibas a encontrar: en un maratón se sufre, vaya si se sufre, es lo que hace que cruzar la meta se convierta ya de por sí en un éxito, e intentarlo (con los deberes hechos, ojo) en algo digno de admirar. Es momento de asumir que sin ese tramo de penurias un maratón no sería para nada lo mismo (si quieres tienes este artículo donde clasifico los miedos típicos de un maratón). Traspasar el arco de meta le da sentido a ese padecimiento e incluso adorna (a veces muy exageradamente, los corredores solemos tirar de una épica barata que se atraganta) la experiencia con un tinte de orgullo especial.
Por molestias físicas ligadas a la larga distancia
Calambres, rozaduras, flato… A veces suceden por falta de previsión (poca ingesta de potasio, no usar vaselina…), y otras veces no le encontramos respuesta. A no ser que su efecto físico sea muy grave es algo que se puede ir sorteando en carrera (parar para estirar o tomarse un respiro, pedir vaselina a las asistencias).
Porque hay un momento en que no le ves el incentivo
Y ese es un pensamiento que nos viene a la cabeza en los peores momentos,“¿por qué demonios me lié a correr una maratón?”. Es algo bastante habitual llegar a esa reflexión y no encontrar inmediata respuesta, aunque hay una que suele funcionar: sabes que el tío que se mató a entrenar, sufrió como nunca y se privó de muchos caprichos para llegar aquí se merece el premio de cruzar la meta. La primera gran batalla la libraste antes de que se diese el pistoletazo de salida y ahora simplemente te queda el trámite de demostrar que esos cuatro o cinco meses de sacrifico no han sido en balde.
Cuándo debes abandonar
Ante un desfallecimiento
Y aunque las redes sociales se inunden de comentarios alabando el compañerismo y los valores intrínsecos relacionados a las imágenes de corredores llevando en brazos a otro que está en ese punto que no dilucidas la lipotimia del traspaso vital, yo solo puedo decir una cosa: a mí no me gustaría ser el protagonista de esa escena. Y estoy seguro que a ti tampoco, y aún menos a la gente que te rodea. Ante un fallo multiorgánico no hay otra salida que retirarse, pedir inmediatamente asistencia médica (o que te la pidan los compañeros y aficionados) y olvidarse de volver a correr ese día y los siguientes hasta que hayas pasado una buena revisión médica.
Por una lesión o su previsión
Y no tiene por qué ser grave, una simple torcedura de tobillo puede acabar convirtiéndose en un serio problema que acabe por dar por finalizada la temporada al persistir en querer minimizar sus consecuencias. Para eso es importante conocer como reacciona el cuerpo de cada corredor en situaciones semejantes.
Ya sé que la adrenalina nos puede y hace que en caliente no notemos con toda su intensidad el dolor que padecemos, amén de nublar nuestra mente esquinando cualquier atisbo de cordura en nuestras acciones. Pero hace falta que encuentres un momento en el que las decisiones que tomes sean lo más ajustada a lo que harías si te invadiese el sentido común (y eso se consigue con horas y horas de hostiarse en los entrenamientos) y reflexiones sobre si te sale a cuenta continuar a riesgo de agravar una lesión que te puede dejar en el dique seco una buena temporada. No es lo mismo tener un problema físico en el km 2, que te puede dejar secuelas serias si insistes, que a 500 metros de meta, cuando sabes que andando para finalizar la carrera es una buena estrategia para poder ser atendido. Maratones habrá hoy, el mes que viene y el siguiente.
Porque realmente lo estás pasando mal
Antes hemos comentado que sufrir es parte del ADN de un maratón, eso no quita que haya una línea roja en el que ese momento de padecimiento se acabe convirtiendo en una auténtica tortura que avance lo que puede ser un desfallecimiento si intentamos persistir. Yo lo sitúo en ese umbral en el que el cuerpo casi no te permite correr, la mente se nubla por momentos y comenzamos a no seguir un trazado de forma coherente (tienes aquí un gráfico que quizá te sirva para orientarte). Siempre te puedes apoyar en los comentarios de otros corredores expertos o en la gente que te conoce para saber si es momento de desistir. Lo mejor es parar, tomarse un respiro y, si mejoramos, continuar a un ritmo suave. En caso de que aún persista esa sensación pre desmayo es mejor dejarlo estar. La salud y llegar a casa enteros creo que prima a colgarse una medalla.
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