¿Quién no se ha hecho esta pregunta alguna vez? La verdad que yo en más de una ocasión y cuando el diablo de la pereza me ha querido convencer, recurría a un pequeño truco, a un manifiesto que hace tiempo había leido de uno de los libros de Kilian Jornet, uno de los grandes de nuestro deporte español.
“ …Manifiesto del skyrunner
Kiss or kill. Besa o mata. Besa la gloria o muere en el intento. Perder es morir, ganar es sentir. La lucha es lo que diferencia una victoria, a un vencedor. ¿Cuántas veces has llorado de rabia y de dolor? ¿Cuántas veces has perdido la memoria, la voz y el juicio por agotamiento? ¿Y cuántas veces, en esta situación, te has dicho: «¡Otra vez! ¡Un par de horas más! ¡Otro ascenso! El dolor no existe, solo está en tu mente. Contrólalo, destrúyelo, elimínalo y sigue. Haz sufrir a tus rivales. Mátalos»? Soy egoísta, ¿verdad? El deporte es egoísta, porque se debe ser egoísta para saber luchar y sufrir, para amar la soledad y el infierno. Detenerse, toser, padecer frío, no sentir las piernas, tener náuseas, vómitos, dolor de cabeza, golpes, sangre... ¿Existe algo mejor?
El secreto no está en las piernas, sino en la fuerza de salir a correr cuando llueve, hace viento y nieva; cuando los relámpagos prenden los árboles al pasar por su lado; cuando las bolas de nieve o las piedras de hielo te golpean las piernas y el cuerpo desnudo contra la tormenta y te hacen llorar y, para proseguir, debes enjugarte las lágrimas para poder ver las piedras, los muros o el cielo. Renunciar a unas horas de fiesta, a unas décimas de nota, decir «¡no!» a una chica, a las sábanas que se te pegan en la cara. Ponerle huevos y salir bajo la lluvia hasta que te sangren las piernas debido a los golpes que te has dado al caer al suelo por el barro, y levantarte de nuevo para seguir subiendo... hasta que tus piernas griten a pleno pulmón: «¡Basta!». Y te dejen colgado en medio de una tormenta en las cumbres más lejanas, hasta la muerte.
Las mallas empapadas por la nieve que arrastra el viento y que se te pega también en la cara y te hiela el sudor. Cuerpo ligero, piernas ligeras. Sentir cómo la presión de tus piernas, el peso de tu cuerpo, se concentra en los metatarsos de los dedos de los pies y ejerce una presión capaz de romper rocas, destruir planetas y desplazar continentes. Con ambas piernas suspendidas en el aire, flotando como el vuelo de un águila y corriendo más veloces que un guepardo. O bajando, con las piernas deslizándose por la nieve y el barro, justo antes de impulsarte de nuevo para sentirte libre para volar, para gritar de rabia, odio y amor en el corazón de la montaña, allá donde solo los más intrépidos roedores y las aves, agazapados en sus nidos bajo las rocas, pueden convertirse en tus confesores. Solo ellos conocen mis secretos, mis temores. Porque perder es morir. Y uno no puede morirse sin haberlo dado todo, sin romper a llorar por el dolor y las heridas, uno no puede abandonar. Hay que luchar hasta la muerte. Porque la gloria es lo más grande, y solo se debe aspirar a la gloria o a perderse por el camino habiéndolo dado todo. No vale no luchar, no vale no sufrir, no vale no morir... Ha llegado la hora de sufrir, ha llegado la hora de luchar, ha llegado la hora de ganar. Besa o mata.
Estas eran las palabras que, durante aquellos años, colgadas en la puerta de un viejo apartamento, leía todas las mañanas antes de salir a entrenarme. “
Kilian Jornet “Correr o morir”
Pero desde hace unos días he cambiado este manifiesto por la imagen de otro campeón, la de mi hijo (y de sus compañeros), me motiva ver como estos pequeños y anónimos deportistas que no dudan en acudir a sus entrenamientos a sabiendas que se pasarán casi dos horas bajo las inclemencias de frio, nieve, lluvia y todas las que uno se pueda imaginar.
Todo ese sacrificio es por su amor al deporte, independientemente que sean o no titulares el fin de semana, independientemente que ganen o pierdan, les gusta lo que hacen, disfrutan, no están pendientes de la hora, de la dureza, de lo que dure la sesión, incluso voluntariamente alargan la hora, no conciben llegar tarde, sin duda la gozan!
Al finalizar, de regreso a casa en el coche le pregunto siempre haber que tal y no es la primera vez que entre tiriteos de frio me responde que “¡muy bien!”, “¡fenomenal!” y nunca me ha dicho que haya sufrido por culpa del tiempo.
Si un niño de nueve años al que le pesa casi más la ropa empapada por la lluvia que él, ni se plantea en no ir a un entrenamiento, cuanto más yo que debo de ser un referente de sacrificio para él. Tengo muy claro, que no quiero ser derrotado por el diablo de la pereza, no quiero ni que se arrime a mí y si aprovechar cada ocasión que me brindan para ponerme la ropa de deporte, calzarme las zapatillas, salir a pesar de no ser el mejor día para el dios Kairós y regresar tiritando igual o más que Javier.
Si toca entreno y puedo ir, ya pueden caer chuzos de punta que saldré, si es en compañía de alguna tortuga mejor que mejor y sino solo. Seguramente que sufriré, el placer de sufrir, como a veces lo denomino cuando tengo las piernas cansadas, el corazón bombeando a toda velocidad, pero disfrutaré a pesar de todos aquellos que desde su ventana equivocadamente nos llaman locos, simplemente somos afortunados, hay muchos que lamentablemente quieren pero no pueden y nosotros antes de poner el crono a funcionar ya hemos ganado!
Fdo. Jose
Bonitas palabras, de un padre que ve por los ojos de su hijo a un hijo que admira la grandeza de su padre.
ResponderEliminarJosé, no he podido por menos que emocionarme al leer tu artículo. A partir de hoy pensaré en todas y cada una de las palabras que has escrito si el desanimo se apodere de mi cabeza cuando a la hora de salir a entrenar la lluvia, el viento, la nieve o el frío intenten atenazar mi mente. A partir de hoy eres mi referente. Que grande eres...
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