León, 27 de agosto de 2016. Seis y cuarto de la mañana. Apago el despertador aturdido,
desorientado. Turbulencia de sueños extraños corriendo, saltando, trepando, cruzando
ríos...demasiados nervios la tarde anterior que vinieron conmigo a la cama y, claro, tocó noche
con la cabeza subida de revoluciones. En fin, necesito recuperarme de la gymkhana nocturna,
así que directo a por un café, porque hoy toca, nada más y nada menos, que mi primera
participación en ¡Transvaldeónica! (ganas a tope!).
Siete de la mañana, centro de León. Recojo a mi buen amigo y compañero de fatigas trialeras,
Pablo Viejo; aceptamos ambos la ruta que nos ofrece el Google maps (para qué vamos a
discutir), y enfilamos hacia Posada de Valdeón. El día amanecía despejado y todas las
predicciones daban calor, cosa que pudimos comprobar cuando aparcamos el coche a las
nueve en Posada con una temperatura muy buena para esa hora y en ese valle. Aunque
estamos a una hora para la salida, somos de los que nos gusta hacer las cosas con tiempo y
seguir rituales previos en cada carrera: recogida de dorsal (con photocall incluido), infusión en
el bar del pueblo y visita al señor Roca (con perdón).
Ya con los deberes hechos, terminamos los preparativos y entramos en la zona de salida tras
pasar el control de dorsales, con la equipación tortuguil oficial (¡perfecta carrera para estrenar
mi nueva camiseta!) y accesorios que seguro me van venir muy bien, como luego pude
comprobar: bastones y botes de agua. A falta de diez minutos para las diez de la mañana el sol
ya calienta de lo lindo, así que si queremos llegar al primer avituallamiento en el refugio de
Jermoso, vamos a necesitar portar nuestra bebida.
A las diez de la mañana arranca la carrera con un rápido callejeo por Posada para salir a un
camino que nos llevará hasta Cordiñanes. En las primeras rampas me separo de Pablo y ya no
le volveré a ver hasta la llegada. A un ritmo cómodo, en mitad del grupo, avanzamos por un
sendero estrecho que obliga a ir en fila india. En la primera bajada hacia Cordiñanes, me dejo ir
y aprieto el ritmo hasta cruzar el río donde levanto el pie porque enseguida empieza la gran
subida de la carrera hasta el refugio de collado Jermoso.
En este punto tenía en mi cabeza los siempre buenos consejos de amigos conocedores de la
carrera, como nuestro compañero de Tortugas Victor y Javier de Villalfeide: regular bien toda
la subida hasta las Colladinas porque son 1.300 metros de desnivel a cascoporro (hay que dejar
fuerzas para las bajadas).
La ruta es espectacular: el paso de la rienda de la Sotín, el hayedo y la vega, siguiendo a
continuación por el Argayo Congosto, rodeado de imponentes peñas. Las vistas son
impresionantes y el calor desgraciadamente también. Tras casi dos horas y media de carrera
aparece al fin el refugio de Jermoso con el primer avituallamiento. ¡Ambientazo total!,
bastante gente allí arriba animando, con cencerros en una mano y con jarras de cerveza en la
otra (¡Dios qué envidia!).
Superados los esfuerzos, primero el de subir hasta el refugio y segundo, el de no pedirme una
jarra de cerveza y quedarme allí con un cencerro, decidí continuar ruta. La salida del refugio
transcurre por una zona bastante corrible hacia las Colladinas. Después de unos pasos
espectaculares rodeados de roca, se llega a un punto con unas vistas increíbles del paraíso
veraniego de las vacas: la verde Vega de Liordes.
Toca ahora ir descendiendo lo subido. La fatiga ya se va notando pero aún parece que las
piernas me responden como para disfrutar una bajada a tope por la canal de Remoña con unos
buenos derrapajes (parece que mis neumáticos Continental responden!). Tras Remoña,
llegamos al segundo avituallamiento líquido para recargar las botellas (no me puedo olvidar
decir que todos los avituallamientos muy bien atendidos por los voluntarios) e iniciar una
bajada rápida entre escobas hacia Santa Marina de Valdeón. El terreno y la pendiente
permiten correr con rapidez, pero cuando entro en el pueblo pienso que quizás me he dado
mucha caña en la bajada porque me cuesta avanzar por las calles del pueblo hasta llegar al
avituallamiento final.
Llegados a este punto, sé que me esperan los últimos siete kilómetros de bajada pero también
con algún repecho, así que decido parar unos minutos a estirar, comer y beber bien, para
tratar de recuperar algunas fuerzas. ¡Ánimo que ya no te queda nada!...¿por qué será que llevo
oyendo esa frase casi desde que empecé al carrera?....gracias, pero no me lo creo...sé que me
quedan 7! Viendo el perfil, diría que 7 fáciles, pero las pistas finales hacia Posada se me van<
atragantando. Las subidas aunque de poca pendiente sólo puedo caminarlas y el llano y las
bajadas, corro pero con pocas alegrías. Al menos, la mayor parte de estos kilómetros finales
transcurren entre bosque en sombra.
Avanzo solo todo este tramo hasta encontrar a un voluntario que me anuncia los 900 metros
finales de bajada hasta Posada: ¡venga, ahora sí que no queda nada! ...y sí, ahí está, recta final
hasta el arco de meta por una preciosa calle adoquinada para cerrar el crono en 4 horas 43
minutos. Directo a beber, comer y a la piscinilla de meta para refrescar, mientras espero la
llegada de Pablo que lamentablemente me cuenta su retirada en el segundo avituallamiento
(habrá que quitarse la espina para el próximo año).
El esfuerzo ha merecido la pena por todo: paisaje espectacular y buena organización, con
perfecta señalización y avituallamientos (muy agradecido al Club de Valdeón). Ya tengo ganas
de que llegue la siguiente edición. ¡Hasta la próxima!
Alfredo
Club de running, trail running, duatlón, triatlón, ciclismo, natación en aguas abiertas y todo lo relacionado con el deporte, desde la amistad y el buen rollo, porque aunque llegues el último en una prueba, siempre tendrás por detrás a los que no se atrevieron a correrla.
ufffffffffff, que subidon y que ganas de hacerla el año que viene, me has puesto los dientes largos, ENHORABUENA
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