El pasado
domingo se celebró, en el incomparable marco del entorno de las cuevas de Valporquero, el III Espeleo
Trail Cueva de Valporquero.
En la anterior
edición dos tortugas, Mónica y Aitor, corrieron la prueba y con sus comentarios
sobre lo chulo que fue correr por la cueva de Valporquero, despertaron en mi el
gusanillo por disputar esta edición.
El día
amaneció frio y con predicciones de lluvia, pero eso no impidió que las
tortugas Aitor, Mónica, nuestra intrépida fotógrafa Ana y yo, nos encamináramos
a Valporquero. Aunque también estaba inscrita Laura, un pequeño problemilla con
el despertador, la impidió estar a la hora en la línea de salida.
Llegados al
parking de salida, café de rigor y los
normales comentarios de: “¿cómo te encuentras?”, “¿cómo vas a ir?”.
Personalmente no sabía muy bien que contestar, este último mes, aunque no había
parado, no había seguido ningún entrenamiento y no sabía realmente mi estado de
forma para una prueba así.
Con la incertidumbre
rondando sobre mi cabeza, tras un breve calentamiento y los saludos con David y
Senen, nuestros profesores y amigos de la Escuela de Música de Valverde de la
Virgen, nos dirigimos a la línea de salida. Ah!, antes de todo, la foto de
equipo que eso no puede faltar de ninguna de las maneras y corro tortuguil con
el ¡¡¡ Un, dos, tres TORTUGAS!!!.
Poco más de un
kilometro y primera gran subida, sin tiempo ni siquiera para calentar el
cuerpo, te pone las piernas como piedras, súper empinada y sobre hojas caídas
de un precioso hayedo, que hace que los corredores formemos una serpiente
multicolor que no deja de retorcerse y que por un momento te hace plantearte “qué
coño estás haciendo aquí, un domingo a las 10 de la mañana, con lo a gusto que
se está en la cama…”. Pero esto del running es así, y el sufrir es parte del
ADN de todos estos locos que no sabemos vivir de otra manera que no sea
corriendo.
Por fin
coronamos, comenzamos a cresteár y de repente oigo unos chillidos de dolor y
unos metros más adelante veo al gran Salva Calvo, con el brazo derecho hecho un
ocho. Se ha roto los huesos del brazo muy cerca de la muñeca. Con ver su cara
de dolor y la forma en el que se le ha quedado el brazo se me pone la piel como escarpias. Espero que
se recupere pronto. Primera gran bajada, de esas que los expertos denominan
“técnica” y que para el común de los runners significa: “si la subida te ha
parecido un infierno, prepárate para la bajada, un simple descuido y te das con
los huesos en el suelo” y encima no consigo quitarme de la cabeza la imagen del
brazo de Salva Calvo por lo que decido ir una marcha menos.
Transcurren
los kilómetros con pequeñas ascensiones y bajadas rodeados de un paisaje
precioso, para llegar al kilómetro 7, punto de inicio de la gran subida de la
carrera, la ascensión al Pico del Águila. Aunque dura, por los kilómetros que
ya llevan las piernas, la subida se hace llevadera y más aún cuando el cuerpo
sabe que después de salvar este escollo, y de otra bajada “técnica”, la mayoría
de los 6 kilómetros que quedan pican hacía abajo y te permiten ir a buen ritmo.
Me encuentro bien y me permito el lujo de subir el ritmo en este tramo de la
carrera, las piernas me responden y me encuentro muy a gusto, ya no me acuerdo
del calentón de la primera subida y sin darme cuenta me encuentro en la entrada
de la cueva de Valporquero. Aquí, voy con mil ojos, el contraste de la luz del
día con la luz de la cueva hace que al principio no veas un carajo y esto, en unión a lo resbaladizo del
pavimento y de las escaleras del comienzo de la cueva, son el prólogo de una
caída anunciada. Suerte que delante llevo
a otro corredor, que por la pinta es de los que lleva mil batallas, un
auténtico runner del trail, y que me sirve de guía y me va cantado los
peldaños. Salimos de la cueva, ya no queda nada, o eso nos dicen entre ánimos,
las decenas de visitantes que han aprovechado la mañana del domingo para
conocer la joya que se esconde en lo más profundo de esta magnífica tierra
llamada León. Y por fin llegamos al punto de inicio de la prueba, giro a la izquierda y a unos 400
metros, en el mirador de Valporquero, veo el arco de meta. Ya solo queda el
último repecho, me lo tomo con tranquilidad, la carrera ya está hecha y ahora
solo queda salvar el último escollo. De repente escucho mi nombre acompañado de
un “¡¡Vamos Tortuga!!” miro hacia arriba y veo a Ana que no deja de animarme,
como siempre, y hace que saque las últimas fuerzas para entrar corriendo en la
línea de meta.
Como ya me
habían comentado Aitor y Mónica, la carrera me pareció muy bonita, por el
recorrido, el paisaje y el buen ambiente, tiene tramos duros pero en líneas
generales muy corrible. La organización de 10, se lo curran.
Por último
quiero mencionar a dos personas que son ejemplo de amor y adoración por otra
persona: Aitor, el tío llegó fundido a la meta, pues nada más cruzar el arco de
meta se dió la vuelta y se fue en busca de Mónica, a la que acompañó y no dejó
de animar en todo el tramo final, subiendo otra vez la última subida, esa misma
que le había costado un mundo subir unos minutos antes. Y a Ana… por estar
siempre conmigo acompañándome en las carreras, madrugando los fines de semana, apoyándome en todo lo que hago aunque ello
suponga que tengamos que estar separados el uno del otro…..
Santi
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